viernes, 20 de marzo de 2020
viernes, 13 de marzo de 2020
12. Amor, ya no vendrás a turbar mis cuitas…
Pachuca. Mayo 22 de 1915
Hacía casi un mes que radicaba yo en
Pachuca y como es natural, aún sentía la nostalgia de mi tierra, Guanajuato,
esta ciudad se me hacía horrible comparándola con la que me vio nacer, como no
tenía amigos, me desesperaba de encontrarme solo sin conocer a nadie, si bien
es cierto que mi padre por principio de cuentas me inscribió en el instituto,
yo no me tomé la molestia de asistir, hasta que el director le preguntó a mi
padre que si yo estaba enfermo y por la noche el sermón consiguiente.
En el instituto podía haber
encontrado muchos amigos, buenos y malos como yo, pero me sentía tan aislado,
tan extraño al medio, que me era imposible trabar amistad con nadie; la primera
vez que me presenté, los compañeros quisieron chulearme, pero se convencieron
de que era un hueso muy duro para roer y me dejaron en paz.
Un día me mandó llamar el director
para notificarme que debía de cursar la trigonometría porque esa materia no me
la podía revalidad porque en mi certificado decía: «elementos de trigonometría»
y que para la carrera que yo quería cursar era menester que el curso fuera completo.
Yo le argumenté que ya le había cursado pero que si era menester presentar un examen,
aunque fuera a título de suficiencia, que estaba en la mejor disposición de
presentarme y que si en ese momento había tiempo para ello que estaba
preparado. El director cogió mi balandronada por el cuello y mandó llamar a
cuatro ingenieros profesores de la asignatura y con él presente, se me examinó
de la materia y tuve la suerte de contestar bien a sus preguntas a tal grado
que me dieron dos PB y un MB.
Como de esto se dieron cuenta mis
compañeros e inmediatamente les causé admiración, pues sin preparación cual
ninguna había triunfado en examen extraordinario y a título de suficiencia y
con un jurado que se las traía.
Con la camaradería estudiantil me hicieron
asistir en algunas clases en las cuales volví a triunfar con mis conocimientos
que traía de mi tierra, porque si yo era faltista no dejaba de estudiar por las
noches y eso fue lo que me salvó de un fracaso.
Encontré amigos que eran como yo y
claro, volví a la vagancia como en mi tierra.
Había en los portales de Pachuca, a
los que yo decía los arcos, una dulcería la cual era atendida por una guapa
mujer, la que desde que la conocí me gustó sombremanera y se los comuniqué a mis
amigos, pero ellos no la conocían. Yo más atrevido que ellos un día me paré a
platicar con ella, le agradó mi conversación y mis galanteos, terminando por se
mi novia: después, claro es, ya no salía de la dulcería, allí situé mi despacho,
salón de estudios y mi perdedera de tiempo.
¡Qué tonto! En mi loca juventud no
pensaba más que en divertirme, en las mujeres, en los deportes, sin pensar que
«quien pierde la mañana, pierde la tarde… quien pierde la juventud… pierde la
vida…». Este adagio latino es la verdad misma, porque si uno se pusiera a
reflexionar sobre las consecuencias causadas por el tiempo perdido cuando la
juventud puede dar de sí todo lo que vale, no habría tantos fracasados como hay
en este mundo.
Pero en ese tiempo yo no pensaba en
nada, la vida para mi era un buen juguete y las mujeres el más dulce de los
atractivos, así es que mi novia Lupe Islas, era en esos días el único objeto de
mi existencia. Era alta, esbelta, de piel muy
blanca, pelo negro y una carita que más bien parecía de virgen que de humana.
Me causaba satisfacción de que entre la gran cantidad de pretendientes que
tenía, fuera yo el preferido; por las noches cuando la encaminaba a su casa,
procuraba que los callejones se alargaran lo más posible, para que así duraran
más tiempo nuestras expansiones amorosas. Su madre, sabía nuestras relaciones y
callaba, pues, aunque no era yo de su agrado, ella me quería y no tenía más
remedio de aceptar lo que la consentida se le antojaba y con buena táctica, dejó
al tiempo para que se encargara de arreglar las cosas.
Así transcurrió algún tiempo, seis
meses, yo la quería lo mismo que ella a mi, pero principié a faltar a las citas
por causa de otras mujeres, y ella a enfriarse conmigo, hasta que una ve le
llamé la atención y le dije:
─Mira Lupe, yo te quiero mucho,
mucho más de lo que te imaginas, pero a últimas fechas he notado cierto frío en
tu persona para conmigo, sé en parte tengo yo la culpa, pero tú no debías
portarte de esa manera; ahora bien, yo comprendo que no soy un hombre que te
guarde un porvenir ya no digamos brillante pues ni siquiera mediano. Tú estás en
la edad brillante de tu vida, eres muy hermosa, mil galanes te rodean, en
fin que tu futuro no está en mí a pesar
de lo mucho que yo te quiero, pues si bien es cierto que el amor es lo más
grato de la vida, con puro amor no te voy a forjar un porvenir… yo quiero que
antes de recibir un desengaño, lo pienses, lo aquilates y lo decidas de hoy a
mañana… no llores… bien sabes que te quiero, que mi amor por ti no morirá y
ojalá sea la amistad la que nos conserve juntos de aquí en adelante.
─¿Pero así lo quieres tú?
─No, pero es menester.
─¿Por qué quieres que nuestras
relaciones terminen?
─Porque he visto más allá del tiempo
y no quiero que tu juventud se pierda inútilmente, tu porvenir está en el matrimonio.
─Pero si yo no pienso casarme, ni quiero,
por ahora es a ti a quien amo y con eso me conformo, tengo dieciséis años y no
creo que sea tiempo de pensar en eso, quiero conocer la vida antes de dar el
paso final y tú eres el que me la va a enseñar, no seas malo, no me dejes.
─Yo no te quiero dejar, yo lo que
quiero es que tengamos una amistad amorosa y sin compromiso para ambos, que no
haya entre los dos más que una obligación moral.
─Pues no, si tú quieres eso, mejor
terminamos y se acabó…
Se puso a llorar y vuelta a seguir
como antes.
El desengaño no tardó, nada más me fui
yo el que se lo di dando al traste con nuestras relaciones… un año después se
casaba… creo que no fue feliz, allá ella…
Quedamente
Me la trajo
quedo, muy quedo, el destino,
y un día, en silencio, me la
arrebató;
llegó sonriendo; se fue sonriente;
quedamente vino;
vivió quedamente;
queda…quedamente se desapareció…
A.N.
viernes, 6 de marzo de 2020
héroes de la patria
En un capítulo de la serie South Park, la estatua de Abraham Lincoln que
hay en Washington cobra vida y comienza a destruir la ciudad, para detenerlo crean
un John Wilkes de iguales dimensiones que le pega un disparo en la nuca y así
acaba con el Lincoln destructor. Sin duda es una escena hilarante.
En cambio, allá por 1984 el niño que tenía a mi lado en la escuela primaria
se puso a calcar, de una moneda de diez pesos, el perfil de Miguel Hidalgo ─considerado
por la historia oficial mexicana «el padre de la patria»─ y me reí porque la
nariz era algo desproporcionada con respecto a la frente del hombre. Quizá fue
una risa sin malicia, pero el mocoso compañero de pupitre ofendido me dijo: ¡te
estás riendo de Hidalgo! ¡Te va a castigar Dios! Su amenaza la sentí como una
condena a muerte.
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