Pachuca. Septiembre 16 de 1915.
La ociosidad en que nos encontrábamos nos hacía concebir
cosas increíbles y, además, sabemos en demasía, que es madre de todos los vicios.
En
uno de esos momentos de holganza ideamos, los de mi compañía, a ver quién se
declaraba a la mujer más fea de Pachuca y el que hiciera novia a una de esas
beldades, es decir, a la más fea, ganaba la apuesta y el de la menos fea sería el
que pagaría los chocolates durante toda una semana.
Todos
los días pensábamos en lugar de estudiar, nos vamos a devanar los sesos, para
ver a qué mujer fea le haríamos el amor, a uno de mis amigos, el primero, se
declaró a una muchacha a la que apodábamos con el nombre de «la gachupina» como
si las gachupinas fueran feas, pero esta sí que lo era: ojos de chino, cabeza
de piloncillo, con vello en la barba y bigote, y con un andar de pato cojo. Él
creyó que ya tenía ganada porque nosotros aún no encontrábamos y creyó difícil
la superación.
Al
día siguiente estábamos sentados en el jardín cuando acertó a pasar una
muchacha que estudiaba en la Escuela de Comercio y que por mal nombre le decían
«la deshollinadora», por el apodo no se puede dar cuenta de lo fea que era esta
pobre chica; tenía la cara llena de una erupción negra que le valió el apodo,
los párpados caídos, mofletuda, gorda como una bola y chaparrita. Antes de que
me la ganaran me levanté al grano y casi la asalté, y sin más ni más le declaré
mi amor, ella se asombró y del asombro pasó al disgusto pues me decía:
─El
que usted se me declare no tiene nada de particular, pero yo no dejo de
comprender que lo que quiere usted es burlarse de mí y eso sí que me parece un
insulto y de los grandes.
─No
sé lo que la haga pensar así, yo vengo con la sinceridad en la mano a brindarle
un afecto que creo sentir.
─Ese
afecto puede usted sentir por otras mujeres, no por mí que me he visto muchas
veces en el espejo y sé de lo que soy capaz de causar.
─En
eso sí está usted engañada porque si otros hombres ven en la mujer la belleza
física yo no, porque más que esa cualidad de la mujer, yo veo en ella la bondad
la virtud y porque la mujer bella es vanidosa y la vanidad la lleva a la voluptuosidad
y esta hasta el ridículo. (Yo no pierdo la apuesta, me decía por dentro).
─Ya
me está usted convenciendo y quiero creer en la sinceridad de usted.
─¿Entonces
me corresponde?
─Sí
señor.
Ya
gané, les dije a mis amigos, vaya que eso me costó la burla de todos los que,
paseando por el jardín, me vieron dar vuelta y vuelta. Creí dificilísimo el que
me superara mi amigo Loza; pero al día siguiente en el mismo sitio cuando lo
estábamos esperando para dar la vuelta se nos fue presentado con una muchacha, que,
al verla, por poco nos desmayamos; se nos acercó y con todo el descaro nos dijo:
«les presento a mi novia y yo creo que no hay más allá, así que vámonos al
camello a tomar chocolate con mi novia también». Nos rendimos y cumplimos como
buenos caballeros.
Después
a solas le preguntábamos:
─¿Dónde
encontraste ese adefesio?
─Pues
nada menos que en la misma casa donde yo vivo, le dicen «la niña eterna» porque
nunca pasa de los quince años y ya ven que así de chaparrita, más que mujer,
parece habitante de Marte.
─¿Que
antes no había conocido?
─Cómo
no, nada más que no se había ofrecido el caso como el actual.
Celebramos
todos los días nuestras nuevas conquistas que, a pesar de estar tan feas, nos
causaron una satisfacción. No las desdeñamos, platicábamos de vez en cuando con
ellas, pero sin lucirlas, hasta que nos quedamos como conocidos nada más.
Después
he reflexionado, ¿se merecen estas mujeres la burla estúpida que nosotros en
nuestra ociosidad les jugamos? no claro que no, muchas veces me he arrepentido
de mis actos pues yo soy malo, pero no al grado de ofender. Y así pasó esta
aventura de mi loca juventud siempre dispuesta a hacer la vida menos pesada y
tornar los dolores como decía Garrick, en carcajadas…
La máxima del optimismo egoísta
En este mundo matraca
dos cosas hay que aprender,
ver la raja que se saca
y el mal que se puede hacer.