Pachuca. Mayo 10 de 1916.
Acaba de llegar de Puebla su tierra la
conocí en uno de los conciertos del Instituto. Nos simpatizamos, trabamos una
amistad al principio de cortesía y después una amistad sincera.
Ella venía a Pachuca con
su madre a cambiar temperamento y no sabía a ciencia cierta el tiempo que se
quedaría en esta ciudad polvosa.
Durante nuestra amistad
nos contamos nuestras cuitas respectivas; yo le conté mi desencanto por la
pérdida de mi novia que se había ausentado, dejándome con el alma dolorida y ella
el desengaño terrible de que le salió el novio casado.
Ella era muy amante de
la poesía como yo, de modo que pasábamos largos ratos recitando versos. Poco a
poco esa intimidad se fue transformando en afecto amoroso y terminamos un día de
novios.
El verso a Rosario, de
Manuel Acuña, fue el que nos emocionó y sin darnos cuenta, al terminar el poema
no nos dijimos nada, pero nuestras bocas se juntaron una y mil veces. Fue un
amor romántico, un amor dulce y plácido, sin fuertes emociones, ni fuegos
candentes.
Ella me quería y su amor
me lo demostraba con un romanticismo como si fuésemos o hubiésemos sido Romeo y
Julieta en persona; pues su modo de hablar y de expresarse era casi un romance;
yo, desde luego, correspondía en la misma forma, nos besábamos y al momento
salía un poema melancólico y místico como los de Amado Nervo. Nuestras citas
eran como un liceo, porque los poetas, tanto mexicanos como extranjeros, eran
fieles asistentes a nuestras citas de amor.
Cierta vez me dijo: ¿qué te parecen
estos versos de Víctor Hugo?
Que
ferai-je de la lyre
de
la vertu, du destin?
¡Hélas! Et, sans ton sourire,
Que
ferai-je du matin?
Que
ferai-je seul, farouche,
Sans toi, du jour et des cieux
De
mes baisers sans ta bouche
Et
de mes pleurs sans tes yeux!
Y lloraba, estos versos le causaban
una profunda tristeza. ¿Por quién lloraba? ¿Por mí? No lo sé. La consolaba con
mis besos y mis caricias y le recitaba de Icaza:
Fragmento
¿Para
qué contar las horas
de
la vida que se fue,
de
lo porvenir que ignoras?
¡Para
qué contar las horas!
¡Para
qué!
¿Cabe en la injusta medida
aquel
instante de amor
que
perdura y no se olvida?
¿cabe
en la justa medida del dolor?
¿Vivimos
del propio modo
en
las sombras del dormir
y
desligamos de todo
que
soñando único modo
de
vivir?
¿Al que enfermo desespera,
qué
importa el cierzo invernal
al
que enfermo desespera
de
su mal?
¿Para
qué contar las horas?
no
volver a lo que fue,
y
lo que ha de ser ignoras.
¡Para
qué contar las horas!
¡Para
qué!
─Qué verso tan precioso, dámelo ¿y tú
no has hecho alguno?
─Sí, muchos…
─¿Por qué no me los has enseñado?
─Porque quizá no te gusten.
─Recítame uno no seas malo, mira que
te lo pide tu Magdalena.
Rememoré y le dije:
A la que pudo amarme …y no lo quiso.
¡Señor!,
¡Señor! …lo mismo que tú un día,
me
encuentro yo clavado en la tortura,
apurando
mi cáliz de amargura,
en
el huerto fatal de la agonía …
¡Señor!,
¡Señor! …lo mismo que sentía
tu
alma doliente, enferma y sin ventura,
sin
consuelo y sin fe siente la mía…
¡Señor!,
¡Señor!… con el costado abierto
por
donde escapa la vida eterna,
siento
venir con caminar incierto
y
más triste que tú, la hora postrera,
¡Pues
te amaron a ti después de muerto
y
a mí no me han de amar, ni cuando muera!
─¡Qué lindo! ¿y por qué no me habías
dicho que hacías versos?
─Pues por nada.
─Ya sabes que de hoy en adelante
solamente quiero oír tus versos son encantadores.
─Pues mi repertorio es muy pequeño y
es personal, quiero decir que casi todos están dedicados y temo que esto no te
gustaría…
─Bueno. ─Me dijo con molestia─ como tú
quieras…
A ella le gustaba mucho los poetas
franceses principalmente Victor Hugo, que era el de su predilección, después
venía Verlaine, Lafontaine, Malherbe, Deschanel, Alfred de Vigny y otros; y había
veces que casi se enojaba porque para ella eran superiores a los nuestros.
─Mira mi vida no seas tonta. ¿Hay algo
más dulce que este verso de Antonio Zaragoza?
Cuando Dios, Al que llora recompensa,
se
apiade al fin de lo que yo he sufrido,
en
silencio me iré como he venido…
Quiero
en la sombra entrar. Tengo una inmensa
necesidad
de olvido…
─¿Qué te parece? Dime uno que sea más
triste más fluido más claro y con más alma que este que te recitado. ─Le dije.
─Ya verás ya verás cómo sí te lo
encuentro… y es este:
Soñaba
Soñaba
yo …mis párpados henchidos
de
lágrimas sentía;
soñé
que estabas en la tumba, muerta,
y
muerta te veía …
era
un sueño no más, pero despierto
lloraba
todavía …
estaba
yo soñando y por la cara,
el
llanto me corría;
soñé
que te arrancaban de mi lado
alguno,
vida mía…
era
un sueño no más, pero despierto
lloraba
todavía…
soñaba
yo… me ahogaban los sollozos,
el
llanto me bebía…
estaba
yo soñando que me amabas.
soñando
que eras mía
era
un sueño nomas, no más que un sueño,
y
lloro más que nunca, todavía…
E.
Heine.
─¿Qué te pareció? ─me preguntó.
─No es feo, es precioso, sentimental,
también fluido, pero la belleza se la dio la traducción, casi puede decirse que
la hizo Manuel M. Flores ¿o no es así?
─Cierto, pero en el fondo es de Heine.
─Pero el fondo sin la forma no es
completo.
─De todas maneras habías de ganar… ─reímos,
nos besamos y allí terminó la discusión.
La madre ya se había dado cuenta de
las relaciones románticas de su hija conmigo y principió a recelar, pero no me
dijo nada. Ya se sentía bien de salud y hacían en frecuentes viajes a Puebla,
en donde se quedaban, a veces, una semana, la misma que pasaba triste, sin esa
compañía tan amena que era mi Magdalena.
Por fin y cuando más engreído estaba,
sucedió lo que debía de suceder, su madre midió el peligro de un enamoramiento de
parte de su hija con un hombre sin porvenir y puso un «hasta aquí», se la llevó
a Puebla y no volvió más. No tuvimos ni tiempo de despedirnos.
A
Magdalena
Blanca paloma de mis dolores
¿por
qué te ausentas? ¿por qué te vas?
¿Por
qué si te amo con mil amores
me
dejas solo sin volver más?
Vuelve a tu nido, mi bien amada,
donde
eres dicha, dónde eres flor,
vuelve
a mis campos dulce adorada
donde
te espera mi ardiente amor.
No tardes mucho, paloma mía
que
estoy enfermo por la pasión,
ven
que te espera la sinfonía
de
mi alma triste y mi corazón.
¿Por
qué no escuchas mi eterno ruego?
¿Por
qué no escuchas mi ardiente amor?
¿Qué
tu alma pura hecha de fuego
ya
no es sensible para el dolor?
¡Ven que te espero para estrecharte!
¡Ven
que ya mi alma impaciente está!
¡Ven
no me impidas volver a amarte!
Porque
mi vida se acabará…
Blanca paloma de mis dolores
¿Por
qué te ausentas? ¿por qué te vas?
¿Por
qué si te amo con mil amores
me
dejas solo sin volver más?
Severino.
Ese fue nuestro adiós y el único recuerdo que de ella me quedó. he ido muchas veces a Puebla nunca la vi.
Esa mujer romántica sólo podrá ser feliz con un hombre que la sepa comprender, que sea idealista, amante del arte, de la literatura, de la historia… de otra manera… la hará desgraciada.