Pachuca. Septiembre 14 de 1916.
Las fiestas patrias en la Escuela
Normal, en tiempo de la señorita Hazas, hacían un ruido inusitado a las que
asistíamos numerosos institutenses, no tanto con el fin de aprender algo, sino
de ver a las muchachas.
Para demostrar sus
conocimientos en idiomas, Teresa Silva recitó en inglés el monólogo de Hamlet y
lo hizo con tal soltura y fluidez que mereció el aplauso del público, y
principalmente mío que tuve la osadía de hacerlo de una manera particular.
Desde ese día me
transformé en su sombra, pues a todas partes la seguía, hasta que la hice mi
novia.
Su inteligencia clara,
su educación esmerada, su facilidad de expresión y su sociabilidad, la hacían
adorable para el que tenía el placer de platicar con ella.
Su inteligencia me
abstraía de tal manera que nuestras pláticas se basaban siempre sobre tópicos
educativos, de historia, geografía y de literatura, que era lo que más nos
distraía.
Había pasado un mes y ni
siquiera un beso había premiado a mi amor, ella no era partidaria de estas
efusiones, ni siquiera me era permitido acariciarle la mano porque esto, según
ella, era ridiculez.
Todas estas maneras de
pensar fueron enfriando nuestras relaciones y con el pretexto de los exámenes
deje de verla; aunque ella no dio por terminadas nuestras relaciones, sino que
pacientemente esperaba el que yo tornarse a reanudarlas, como siempre.
La suerte me volvió a
proteger, presenté mi año completo casi siempre a título de suficiencia, y con
bastantes buenas calificaciones pasé de año. Hice gala de mis conocimientos en
las sobremesas de mi casa, pero más que de eso, hice gala de mi cerebro que
tenía la facultad de asimilar con facilidad todos los conocimientos del curso. Mi
padre callaba y se alegraba con satisfacción, y que si no me perdonaba mis
desvíos estoy seguro de que los dispensaba porque de su boca ya no salía ningún
reproche. No tenía por qué decirme nada, porque según yo cumplía con mi
obligación, máxime que siempre me desvelaba, al día siguiente me levantaba como
siempre el cumplimiento de mis obligaciones.
Llegado el día último
del año y encontrándonos arrancados de dinero, no encontrábamos una parte que
nos invitaran a la fiesta de fin de año sin la correspondiente cuota. Para esto,
ya nada más éramos dos los cuates de la palomilla, pues desgraciadamente
nuestro amigo Armando Loza tuvo que trasladarse por cuestiones de negocios a la
capital, así es que Ruperto y yo nos dimos a la caza de alguien que nos invitara.
Ruperto se acordó de que,
en la casa de Teresa, mi novia, iban a hacer una fiesta a todo trapo, y que,
hasta la marimba, cosa nueva aquí en Pachuca, iba a tocar. Yo no tenía cara con
que presentarme a Teresa, puesto que la había cortado, pero mi amigo me
convenció de que no habíamos terminado, que no había sido más que una tregua y
que por consiguiente no teníamos más que el hacernos los encontradizos, así
sabíamos a qué atenernos; pues así no nos exponíamos a que nos fueran a correr,
que no sería la primera vez, pero no queríamos otra.
Nos plantamos en las
calles de Guerrero, frente a la casa de ella, y a la vuelta y vuelta estuvimos desde
las cuatro de la tarde hasta las seis en que ya impacientes íbamos a retirarnos,
cuando la suerte nos protegió pues Teresa en persona salió a la puerta de su
casa y con la alegría pintada en el rostro me saludo: «¡qué milagro!», «pues
pasábamos por aquí y ya que tengo la suerte de verte me alegro de saludarte». «¿a
dónde van?», «vamos a prepararnos para ir al casino a despedir el año», mi
amigo me dio un pellizco. «¿y por qué no se vienen con nosotras? vamos a tener
una fiestecita, no como la del casino, pero si ustedes quieren los esperamos». «Pues
ni modo Teresita, ya estamos comprometidos», otro pellizco de mi amigo. «¿qué
les cuesta venir aquí? ¡nos faltan muchachos!». En esos momentos salieron las
otras amiguitas de ella y en coro nos rogaron que nos quedásemos de una buena
vez. «Mejor miren…» les decía yo «un ratito allá y luego venimos acá». Entonces
mi amigo no se pudo contener y dijo: «No se apuren muchachas, de mi cuenta
corre que Severino y yo, y otros amigos más, venimos a despedir el año con
ustedes». ¿Entonces los esperamos a las nueve?» «sí» le respondimos.
«Qué bárbaro» me decía
mi cuate, «con tus impertinencias ya se me hacía que nos quedamos sin baile».
«Hay que hacerse del rogar, mi amigo, mas en fin, ya está la fiesta en las
manos, hay que avisarles a los demás amigos, nos vemos a las nueve de la noche
en la puerta».
Fuimos muy puntuales, nos
apoderamos del baile y de las mejores muchachas en detrimento de los que habían
pagado su cuota y no tenían con quien bailar, hasta se rumoraba el corrernos, pero
ellas se declararon en favor nuestro y amenazaron con pasar la noche en el
patio de la casa con nosotros, y tuvieron que rendirse. Pasamos un fin de año
como nunca.
Mis relaciones con
Teresa se reanudaron, pero como ella ya se había recibido de profesora y su
trabajo estaba listo en la capital tuvimos que despedirnos para no volvernos a
ver más. Cuando yo terminé el instituto la volví a ver en México, pero ya sin
amor. Después, es decir años más tarde, supe que aún era soltera y que seguía
dedicándose al meritorio placer de la enseñanza.
Este amor, que puede
llamarse científico, no dejó huellas en mi corazón más que el simple recuerdo
de un deseo cumplido…
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