Quédate en esos
caminos
(Relato)
Walter Arias
Llevaba varias noches soñando con lo mismo. Era como si su memoria se
hubiese convertido en un mar sin profundidad, en el que las gaviotas se
lanzaban en picada para pescar los recuerdos sin dificultad. Cada mañana,
Manelic despertaba sin atreverse a buscar a quien fue su amor platónico de la
adolescencia. Una tarde, cuando no dejaba de pensar en ella, se fue a la calle
a verse con Ismael, su cómplice de batallas perdidas y, hasta cierto punto, su
terapeuta de vida.
Era diciembre. A las siete de la tarde todo estaba
oscuro y frío; parecía la una
de la madrugada si no fuera porque había gente paseando y los bares y
restaurantes estaban llenos. Ismael lo esperaba leyendo el periódico en una de
las mesas junto a la ventana, la bufanda le cubría casi hasta la boca y su
respiración provocaba vaho que Manelic confundió con un cigarrillo.
─Buenas tardes, compañero ─dijo Manelic mientras
acomodaba la silla frente a su amigo quien por su parte había cerrado el
periódico y le sonreía con fraternidad.
─Pues, aquí estamos… Aguantando el frío, no
podemos aislarnos en nuestras casas sin enloquecer.
─Te agradezco que vinieras. Como te adelanté por
teléfono, llevo tiempo soñando con ella. En la escuela nunca me atreví a
decirle nada, siempre estaba escoltada por sus amigas y de vez en cuando aparecía
el novio al que yo veía como un ser amenazante con solo su presencia.
El mesero se acercó y con «precisión», llenó de
café la taza de Ismael sin derramar gota en el mantel impoluto, al tiempo que
Manelic pedía lo mismo para él. El ruido de voces, risas y cristales
distrajeron la conversación; ambos miraron el ambiente del local: una mezcla de
parroquianos asiduos con jóvenes estudiantes que buscaban un sitio donde
merendar. A pesar del movimiento y la vida en la cafetería, a Manelic le
parecía un lugar gris.
─¿Esa edad tenías cuando te enamoraste de
ella? ─preguntó Ismael señalando con la cabeza a un muchacho con gafas.
─No, más joven. Si mal no recuerdo, yo tendría
unos catorce o quince años. Ese que señalas tendrá por lo menos veinte y tiene
cara de haber sido más espabilado que yo en ese aspecto. Seguro que nunca se
quedó con las ganas de decirle a alguien que se quedase con él o que invitara a
salir a la chica en cuestión. ─Se lamentó Manelic moviendo la cucharilla de su
café.
─¡Uy! Te veo mal, amigo mío. ¿De veras
crees que eres el único desgraciado que ha sufrido por un amor platónico? A
quien mires. Te aseguro que todo el mundo ha pasado por lo mismo, inclúyeme a
mí, por supuesto. ─Ismael tomó un sorbo más de su café─. Bueno, cuéntame más de
ella. ─Las manos de Manelic se posaron en los bolsillos
de sus pantalones, se estiró hacia atrás apoyado en el respaldo de la silla
y continuó:
─Cuando salimos de la secundaria, yo
estaba solo. No quise que fueran mis padres a la ceremonia y fui el primero en
salir de aquel evento para comprar la fotografía de ella, que hasta la fecha la
conservo.
─O sea que cuando sus padres fueron a
buscar la foto de su hija alguien se la había llevado… ¡menudo pillo! Menos mal
que no eran estos tiempos, porque de lo contrario pensarían que un acosador
estaría acechando a la chica. ─Ambos rieron y Manelic agradeció que su amigo le
sacara una sonrisa.
─Luego por la noche, en la discoteca, la
observé con la típica mirada del cobarde, es decir, no me atreví a pedirle que bailara
conmigo y me quedé con la sensación de la derrota sin haber siquiera hecho el
esfuerzo. Quizás me hubiera rechazado, quizás estaba su novio allí, quizás…─Ismael
negó con la cabeza, desaprobaba las palabras de su amigo─. Al terminar la noche
salimos y llovía un poco. Mientras esperaba un taxi junto con mi vecino la vi
salir y perderse en la penumbra. ¿Conoces la canción de A-ha «Stay on
these roads»?
─¡Claro que sí, era el mismo título del
disco!
─Pues esa canción la relaciono con aquella
noche. En mi cabeza sonaba cuando la vi desaparecer. Hasta la fecha si la
escucho me transporta a ese momento. ─Manelic hizo la seña para que el mesero
le sirviese más café─. Una escena cargada de nostalgia y de tristeza, sin duda.
¿Pero sabes qué? Me gusta recordar ese momento exacto.
El mesero trajo café para los dos amigos y
tras agradecerle volvieron a su charla.
─¿Y luego? ¿Qué pasó con ella tras todos
estos años? ─Ismael seguía intrigado con la historia.
─Después le perdí la pista… al menos eso
creo. No recuerdo haberla visto o hablado con ella en los años siguientes.
Posiblemente mis pensamientos estaban en otros lugares y con otras personas. Ya
sabes, bachillerato, chicas, amigos, etcétera. ─Ismael levantó una ceja, se
acarició las barbas ralas y con una seña le hizo saber a Manelic que tenía que
seguir con la historia─. Pues así pasaron veintidós años hasta que la volví a
buscar gracias a una reunión de ex compañeros de la secundaria.
─¿Veintidós años? ¡Más vale tarde que nunca!
─ironizó Ismael.
─Ya… La encontré divorciada y con dos
hijos, ¡Seguía tan guapa o más, de como la recordaba! ─La expresión de Manelic
le iluminó la cara e Ismael se alegró al ver cómo irradiaba ilusión─. Quedamos
de vernos en un lugar para tomar un café.
─¡Muy bien! ¿Y luego qué pasó? ─Ismael seguía
intrigado con la historia.
─Sufrí un accidente muy estúpido: me rompí
el metatarso del pie derecho, la boca y un ojo me quedó como de boxeador tras
un nocaut. ─Ismael se llevó la mano a la cabeza y cerró los ojos─. Aún así fui
a la cita, aunque mi cara parecía un mapa, me dolía todo. Llegué al lugar
acordado, pedimos algo de beber.
─Espero que le hayas hablado de tus
triunfos, de tus últimos escritos, de ti mismo… porque te apuesto que ella
quizás estaba pensando en esa cita, en un amor nuevo que esperaba aquella misma
tarde, o mañana, no sé qué sería… ─adelantó Ismael. Manelic sonrió y dijo:
─Era de mañana, sí… y en medio del
silencio hubo una frase y nos cogimos de la mano. Ismael, sentí que todo el
pasado y las injusticias de la vida se habían reconciliado en ese momento. Mi
mano y la suya temblaban. Transmitíamos una sensación de electricidad que se
colaba hasta nuestras entrañas, al menos en mi caso, espero que en el de ella
también.
El mesero interrumpió la conversación con
el aviso de que dentro de veinte minutos cerrarían y podían aprovechar para
pedir más café o ya les traía la cuenta. Ambos comprobaron que aún podían
rellenarse sus tazas y pidieron además la cuenta.
─Vaya, este mesero nos ha cortado la
charla ─dijo Ismael─. Bueno, ¿y luego qué pasó? ¿hubo algún roce más? ─sonrió
con picardía.
─Un beso al despedirnos, pero…
─¿Pero?
─Mis heridas en la boca no me permitieron más,
por lo que aquello merecía una segunda cita.
─No me digas que ya no hubo más citas…
─reprochó Ismael. Manelic agachó la cabeza y se encogió de hombros para mostrar
su resignación.
─Ya no, Isma. Quizás fue mejor así. Las
circunstancias de la vida nos llevaron por caminos similares, aunque paralelos.
─Recuerda que la excusa más cobarde es…
─Culpar al destino, sí, lo sé…
El mesero volvió con la cuenta, ellos
pagaron los cafés y miraron que la cafetería estaba ya desierta.
─Te aseguro que si todos en este lugar
hubieran escuchado lo que me estabas contando a mí se hubiesen quedado hasta el
final. Porque les recordarías algo así de sus vidas.
Ambos salieron y el frío los sorprendió. De
inmediato se acomodaron los guantes, se enrollaron las bufandas en el cuello y
cubrieron sus narices. En la calle no se veía ni un alma. Pasó un coche y
Manelic creyó que era ella quien lo conducía… imposible, estaban en ciudades
lejanas.
─Oye, Manelic ─dijo Ismael poniéndole una
mano en el hombro─ por cierto, ¿cómo se llama? Solo me has hablado de «ella»; nunca
has mencionado su nombre.
─Liz Jiménez. Llamémosla así.
─¿Por qué no la buscas de nuevo?
─Porque soy un cobarde y no me atrevo a
empezar de nuevo ─dijo Manelic sin titubear.
─Pues si es así, chico, seguirás teniendo
esos sueños donde triunfas y cuando despiertas te das cuenta de tu fracaso. ¡Al
menos pide un deseo cuando haya lluvia de estrellas!
─Quizás, Ismael… quizás un día de estos
las cosas cambien y esos sueños se hagan realidad sin tener que hacer daño a
terceras personas.
─¿A qué te refieres con terceras personas?
¿Hay algo que no me has dicho? ¿estás con alguien?
Ismael vio cómo la silueta de su amigo se
desvanecía entre la oscuridad y la borrasca hasta perderlo de vista. Él encendió
un cigarrillo y lo fumó hasta entrar en casa. En el salón buscó Stay on
these roads, lo puso en el tocadiscos y comenzó a escribir una historia en
la que el final fuese feliz para Manelic.
Muy bello relato merece la segunda parte!!
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