Pachuca. Mayo 6 de 1917.
Todos los días y a la misma hora pasaba
una morenita muy agraciada por el jardín de la torre en donde solíamos perder
el tiempo esperando a que salieran a las muchachas de la Escuela de Comercio.
Victoria, así se llamaba. Era
una morena menudita de rostro muy agraciado, su pelo corto, le acortaba más la
edad y la hacía verse más bonita.
«¿Quién
es esa chamaca?» pregunté. «Es la hermana de Héctor, nuestro compañero de
estudios» respondieron mis amigos. «No me acuerdo de él, pero la hermana me
gusta y me lo voy a declarar». «¡A que no lo haces mañana cuando pase!», me
retaron. «Mañana lo veremos» dije.
Se habían reunido más
compañeros de los que ya estudiaban Filosofía y nos nombraban jueces de su
discusión sobre “qué es la mujer sobre la tierra”. Se juntaba el hambre con las
ganas de comer, porque no sabíamos nada de Filosofía, pero si podíamos opinar y
darnos pisto de enterados; pues gracias a que teníamos, yo principalmente, la
costumbre de leer, pudimos salir airosos y dejar pasmados a mis compañeros.
La mujer, les decía yo, ha
tenido sobre la tierra “pros” y “contras”, yo soy partidario de la mujer, porque
en primer lugar sin ella no existiría nadie. El pobre de Adán se las hubiera
pasado negras en el paraíso, por eso Dios no queriendo que Adán se aburriera, de
una costilla le hizo a Eva, que si bien es cierto que lo hizo caer en el pecado
fue tan dulce este, que creo que Adán no se comió una manzana sino docenas de
ellas…
Ahora, “los contras” son
misóginos por dos cosas: porque son muy feos y nadie los quiere o porque no son
hombres. Entre los primeros tienen ustedes a Schopenhauer que tenía cara de
macaco, a Diógenes que era viejo, feo, asqueroso y presumido, sin embargo y a
lo que decía una vez que vio colgada de un árbol a una mujer “ojalá que todos
los árboles dieran los mismos frutos”, se sabía a trasmano que tenía relaciones
con la prostituta más bella de Corinto. Entre los segundos tenemos, para qué hablar,
pero Platón, Homero, Aquiles, Virgilio, etcétera, no se casaron ha de haber
sido por algo.
O como decía Severo Catalina
del Amo: “la mujer es todo: afirmación Suprema. La mujer es nada, negación suprema.
La mujer es la mujer; síntesis de la síntesis”. Poniéndose en un término medio
deberíamos aceptar la tercera, que es la que se apega más a la razón humana, pues
con eso damos a entender todo y el todo no es la nada.
Napoleón hablando de la
mujer decía: “una mujer hermosa agrada a los ojos, una mujer buena agrada al
corazón. La primera es un dije, la segunda es un tesoro”.
Aún más, Severo Catalina
añadía la opinión de Napoleón: “lo que a la belleza del rostro adune la belleza
del alma y a los encantos de la naturaleza, los de la virtud, bien puede pasar
en la tierra como como un trasunto del cielo”.
Si a Homero, Virgilio, Platón,
Schopenhauer, no gustaron de las mujeres por dedicarse a la ciencia fueron unos
tontos y me pongo del lado de Manuel Acuña Flores cuando en un verso decía:
Fragmento de Rasgo de buen humor:
¿Y qué? ¿Será posible que nosotros
tanto amemos la gloria y sus fulgores,
la ciencia y sus placeres,
que olvidemos por eso los amores,
y más que los amores, las mujeres?
Yo, al menos por mí, protesto y juro
que si al irme
trepando en la escalera
que a la
gloria encamina,
la gloria me
dijera:
—Sube, que
aquí te espera
la que tanto
te halaga y te fascina;
Y a la vez una
chica me gritara:
—Baje usted,
que lo aguardo aquí en la esquina,
Lo juro, lo
protesto y lo repito:
Si sucediera
semejante historia,
a riesgo de
pasar por un bendito,
primero iba a
la esquina que a la gloria.
Acabando de recitarles
estos versos al auditorio y dejarlos lelos con tanta explicación pasó mi encantito,
y sin más los corté, me fui tras ella hasta alcanzarla en la esquina del Banco
Hidalgo.
«Buenas tardes, señorita».
«Buenas tardes, señor», respondió. «Quizá usted no se figure cuál es el objeto
de mi atrevimiento, pero sépase usted que la simpatía que ha despertado en mí
desde que la conocí ha llegado al máximo y se ha transformado en un amor
sincero, el cual he venido a declararle, esperando verme favorecido cuando
menos por sus esperanzas».
La chica estaba atontada,
no sabía qué contestarme y yo creo que en su lucha interior no se atrevía a
decirme que no, porque también le simpatizaba, hasta que por fin me dijo: «No
creo que así tan de pronto sienta un amor como el que usted dice por mí». «Señorita,
el amor repentino es el bueno, porque el amor que se estudia y se medita ese no
es amor, es cerebralidad». «Pero es que yo no he tenido un novio». «Mejor
para mí, porque la encuentro como una Virgen pura sin las malicias de todas
esas mujeres coquetas que nunca me han gustado». «Yo quisiera que nos tratásemos
unos días para ver si nos comprendemos». «Pero si ya nos comprendemos, ¿que no
se ha fijado en que ya tenemos una hora de estar platicando? ya somos casi
novios no falta más que usted diga sí». «¿Y si le dijera que no?». «Me moriría
de pena». «Pues no se muera, viva porque sí le correspondo». «Gracias, gracias,
no esperaba tanto de usted. Soy el más feliz de los mortales… ¿nos vemos cuándo?».
«Todos los días a la entrada y salida de la escuela, estoy en el plantel del
profesor Gallo Suárez…». «Gracias y hasta la vista…».
El gusto me embargaba,
tenía ganas de correr y creo que lo hice porque llegué muy agitado hasta donde
habíamos tenido la discusión respecto a la mujer y casi les grité «Ya es mi
novia». Esa manera de gritar me recordó al geómetra Arquímedes cuando salió
desnudo gritando eureka. Hasta mis amigos se rieron y de paso no me
creyeron nada de lo que les decía.
Mis amigos aún hablaban de
la mujer y yo en mi optimismo le repliqué diciéndoles: «nada de filosofías, nada
de nimiedades, los filósofos y los sabios son unos adocenados que no saben
apreciar ese bello don que la vida nos ha creado… “el amor” … ¡oh! ese Eros es
el más bello de los dioses del Olimpo y su madre la mujer más adorable…».
Con mi alegría se terminó
la discusión y se aceptó que los sabios eran unos imbéciles porque no hacían
más que martirizarnos con sus estúpidos conocimientos.
Al día siguiente nos vimos
en la mañana, a mediodía y en la tarde, y así muchos días. Hasta que un día nos
encontró Héctor, su hermano, pero no se atrevió a decirnos nada, después
cambiamos la hora de la cita a las 7:00 de la noche en su casa, en las calles
de Reforma. Ya para este tiempo mi amigo del alma era novio de la hermana como
el destino y la amistad nos hacía andar siempre juntos.
Por ese tiempo otros
amores me hicieron inventar un pretexto y enojarme, o al menos aparentar el
disgusto. La causa fue que un compañero, sin saber que era mi novia, se le
había declarado y yo lo había visto, y ella se había dado cuenta. Un día que la
encontré después del enojo no le hablé y ella me escribió la siguiente carta:
Mi bien amado Severino mío:
No creas que al dirigirte esta lo haga
en espera de una satisfacción; lo único que ruego, que exijo de ti, es una
reparación a causa del daño que me has hecho: en primer lugar voy a hacerte
ciertas preguntas a las que te ruego contestes sin embates y con la mayor
sinceridad y franqueza posibles; pero hazlo de modo que sin mentir y basándote
sobre todo, en la certidumbre de los hechos, no me ofendas más con una
suposición tuya; de manera es, que, piensa y reflexiona bien cada una de las
interrogativas que te dirijo y las cuales hago porque es necesario a mi amor
propio, casi ofendido, humillado casi; y después te vuelvo a suplicar, me
respondas con toda verdad ciudad posible.
Pero ahora vamos a los hechos: en
primer lugar sin que yo hubiera cometido ninguna falta, sin que hubiera
desmerecido en lo más mínimo tu cariño y solamente fundándote en sospechas y
mentiras, falsas como calumnias y maledicencias, inventadas tal vez por algún
infame, que no teniendo valor suficiente para insultarme cara a cara, ¡lo hace
ruin y cobarde!, ¡lo hace a mis espaldas! sin que yo lo sepa y se dirige a ti,
porque tal vez ¡infame! comprende que yo sabría defenderme si se hubiera
atrevido a mí. Si Severino mío, se dirige a ti porque comprende que yo a ti no
te puedo hacer ni decir nada, porque ante ti se estrella mi orgullo y me quedo
anonadada, ¡y perdóname!... ¡hasta llego a humillarme! pero me defiendo… y tú
Severino mío inocente y crédulo has creído cuanta mentira te contaron, has
creído y te perdono aunque me hayas desgarrado el alma con tu credulidad, has
creído, repito, que yo te había engañado; que te dejaba de amar; que yo amaba a
otro… que… en fin, que mi corazón ya no te pertenecía, cómo es posible que dices, y creo que me
estimas, hayas dado crédito a semejante mentira fraguada, tal vez, por algún
envidioso de mi dicha ¿cómo es que tú cuyo corazón me pertenece haya siquiera
imaginado tal abominación?, ¿en qué te fundabas?, ¿tenías acaso alguna prueba
positiva de tal engaño? ¿o acaso me habías dejado de amar y pensabas que yo al
saberlo al recibir tu desprecio te correspondería con un desprecio vil a
trueque del amor puro que hasta entonces te había brindado…? ¡Cuán equivocado
estabas! ¡mil y mil veces estabas en un error! Ante todo, eran calumnias y
mentiras cuánto te habían dicho y estoy dispuesta a darte una satisfacción como
delante de la persona… ¡qué digo! de la víbora que se atrevió a mentir sin
comprender… ¡infame!… que tú al creerlo, disminuirías a un tanto tu afecto
hacia mí, y que esa porción de cariño que villana e indirectamente me robaba, hacía
falta en mi corazón.
En segundo lugar, sí ya no me amabas y
todo lo que te dijeron contribuyó a tu enojo, fue un absurdo esto último porque
no tenías ningún fundamento serio en que basar tus sospechas y suposiciones. Por
último, cierta ocasión que nunca olvidaré me encontraste, me viste
perfectamente y yo a ti también, ¿por qué pues no me saludaste? ¿que acaso era
yo indigna de recibir tu saludo ya que no tu amor? ¿por qué obraste de esa
manera? ¿qué crees que en esa vez no me humillaste? si otra persona hubiera
sido, casi estoy segura de que no que volvería a hablar… pero yo… ¡insensata! el
amor me ha secado y no sé si tú aún te dignes amar todavía a la que has
ofendido casi. ¿Ya que no mereció el saludo merece aún el amor? yo creo que si
aún lo merezco, porque mi conciencia no me acusa de haber cometido más falta que
la de haberte querido con el alma, con toda la pasión con que pudo amar mi virgen
corazón; porque nosotras las mujeres, nuestro corazón se forma repentinamente de
un momento a otro, nos vamos trocadas de niñas a mujeres y ahí tienes, Severino
mío, porque el tierno corazón de una niña invulnerable e indiferente a todo lo
que no concierne a su alegría infantiles, se ve momentáneamente, cambiado completamente
y entonces es cuando empieza a ser mujer y ¡ay de ellas si obedece a las
fogosas pasiones de su virgen corazón! Sucumbe, baja por la pendiente
resbaladiza donde la coloca en las pasiones y no encuentra obstáculo ni hay
razón que pueda detenerla en el fatal camino a donde la dirige su corazón.
He aquí, porque la única falta de que
me acusó, si es que falta puede llamarse a la obediencia estricta al corazón apenas
empezado a formar.
Los hombres empiezan a amar por único
pasatiempo, por vanidad; es muy difícil en un hombre saber cuál fue su primer
amor, porque empieza por frivolidad y acaba por pasión; pero en el intervalo
del pasatiempo son muchas las bellas favorecidas, mientras que en las mujeres
nos basta, con saber quién es el ídolo, el caro bien amado y aunque antes haya
habido otros, o después haya más, téngase la certidumbre de que, aunque el
mundo entero se opusiera, a nadie había de amar sino a él; sí Severino mío, yo
estoy en este caso; a ti y únicamente a ti te amo y he amado… me has humillado
y te perdono… has sospechado de mí y también te perdono porque tú no eras el
culpable, obedecías a tu dignidad que creías ofendida y a un infame que te
engañaba, pero esto creo que no fue motivo para que dejaras de saludarme.
Ahora te voy a pedir un favor muy
grande que espero que me concederás: dime quién fue el que tan vil y villanamente
te engañó y me ofendió, espero no me negarás este último favor que yo te pido.
Tú encendiste la llama de mi corazón y
por eso te amé, ahora aunque todos se opongan, no es nada fácil apagarla y te
amo y te amaré hasta que cese el último de los latidos de mi pecho…
Con bastante sentimiento.
Tuya.
Victoria
«¿Qué te parece Ruperto?,
¿no crees que estoy obrando como un canalla?». «Yo te lo decía, que ese
pretexto salía a veces contraproducente y es lo que te ha pasado por no seguir
mis consejos». «Y ahora me arrepiento de verdad, porque Victoria es tan buena
que si yo le hubiera hecho más cosas, tenlo por seguro que más me querría; ¿ahora
qué debo hacer para hablarle? ¿con qué cara me le voy presentando?». «No seas
tonto. Dile que su carta te convenció y que nada ha pasado, así que tú quedas
en tu lugar y ella contenta. Ten la seguridad que te espera con los brazos
abiertos».
Esa noche soñé con el
poeta:
Tu llanto
Te quise más, al ver, dulce bien mío,
que a tu carita se asomó el quebranto
y a tus ojos las cuentas de rocío
del diáfano veneno de tu llanto.
Te quise más, con un amor inmenso,
pues llorando ante mí, fuiste sincera,
de sólo recordarlo me avergüenzo…
¡Yo no valgo una lágrima siquiera!
no valgo tu dolor… tan solo anhelo
haber sido la seda del pañuelo
con que enjugaste el llanto de tu cara…
Como me lo dijo mi amigo
salió. Pues tan luego como se dio cuenta de que la esperaba en las afueras de
su casa salió rebosante de alegría y con besos acompañados de lágrimas me decía:
«verdad que soy inocente de cuánto te contaron». «De eso ya ni que acordarse, basta
con tenerte entre mis brazos para olvidarme de que existo en el mundo». «¿Qué
tanto me quieres?». «Eso y más…». Y felices nos besábamos hasta la tortura.
Pasó más tiempo y nuestras
relaciones seguían un ritmo acompasado, es decir, con sus ondulaciones, porque
mi espíritu aventurero no se amoldaba a esta inercia amorosa, principié a
faltar bajo cualquier pretexto que ella creía o no. Yo la quería lo mismo que
el primer día pues su bondad hacía que mi afecto no se aminorará en lo más
mínimo.
Durante el largo tiempo
que duraron nuestras relaciones fueron, como ella me decía, muchas las bellas
favorecidas con mi falso amor; pero ella siempre fue la preferida.
La quiero o no la quiero… era
el dilema en que me encontraba metido y no le daba una solución satisfactoria: «Indudablemente
que la quiero porque si no lo fue para así no sentiría satisfacción y ese
bienestar al estar a su lado». Pero mis deslices, a veces, mi desapego, los
otros amores que tenía, ¿no denotaban una falta de amor? claro que sí entonces ¿la
quería o no la quería? y a decir verdad hasta la fecha no lo sé. ¿O no era amor
que yo sentía por ella y ese afecto que yo le dispensaba era nada más una
complacencia amorosa? Yo no era capaz de faltarle en lo más mínimo cuando ella
estaba presente, en cambio cuando estaba solo con los amigos me llegaba a
olvidar de ella no sólo por horas sino hasta por semanas. Durante ese tiempo no
sentía inquietud, ni ansia, por su ausencia y sólo en su presencia la
acariciaba con gusto y hasta con satisfacción.
Fuera lo que fuese,
nuestras relaciones se fueron enfriando, al menos por mí parte y por ella yo
creo que la resignación le dio la tranquilidad, aunque su amor por mí no creo
que haya decaído, pues bastaba mi presencia para que ella enloqueciera de
alegría; pero un buen día se me antojó ya no volver y no volví hasta pasados ocho
meses en que mi amigo y yo, no teniendo que hacer pasamos por la casa de
nuestras novias y se nos antojó entrar a visitarlas. Las encontramos y nos
recibieron, sobre todo a mí, como si no hubiese pasado tanto tiempo sin vernos.
Nos despedimos pronto y salimos no sin notar alguna inquietud de parte de las dos
hermanas.
«A mí se me figura que hay
gato encerrado y que ya nuestra ausencia les hizo buscar nuevos amores», le
decía yo a mi amigo. «¿Y qué nos importa? ¿acaso no tenemos nosotros también
nuevos amores?». «Tienes razón, pues sería injusto no concederles también el
mismo derecho, lo que no me explico es que si ya los tienen porque ese
recibimiento». «De eso no te extrañe, algo debe de sobrar de nuestros antiguos
amores y que si ya los tienen tenemos el derecho de primacía. ¿Quieres que
vayamos a convencerlos mañana por vía de esport?».
Al día siguiente nos
convencimos de que en realidad ya tenían nuevos novios, porque cuando llegamos
a la puerta ellas corrieron hacia adentro de su casa y ellos se siguieron, nosotros
que ya teníamos confianza entramos y nos sentamos como si no hubiésemos visto
nada… esa noche entre caricias y caricias, ella se hubiera entregado a mí, pues
estaba dispuesta a todo; pero yo, pensando en su porvenir truncado por un rato
de obnubilación me detuve y no volvimos a vernos más…
Tiempo después supe que se
había casado, no supe con quién… mucho tiempo después, ya siendo médico, se me
presentó llevando a una criatura en los brazos para que le hiciera el favor de
tratarla de unos granos. Yo la traté con la amabilidad con que se trata a los
viejos amigos, más aún cuando se trataba de una mujer. Ella me ocultó su
desgracia, pero en la cara se lo reconocí, pues aparte de los años, las huellas
del sufrimiento le saltaban a la cara. Se empeñó en pagarme la consulta que yo
no quería aceptar, se despidió de mí y no volvió a mi consulta y en la calle hacía
lo posible por no verme la cara... seguramente, habrá o sabrá que, aparte de que
noté su desgracia ahora la sabía perfectamente, la prueba es que ella trabaja y
sufre en silencio cómo debe sufrir toda buena madre…